viernes, 18 de noviembre de 2016

Manual para reconocer miserables




El diccionario habla de “malvados” y entre los sinónimos aparecen términos como “arrastrados, mezquinos o canallas”. Características que a veces quedan cortas para designar a esta inaguantable fauna humana.  Aquí van algunos ejemplos para detectar este tipo de especímenes:

Los miserables son  personas que  disfrutan comentando desgracias ajenas. Anotan todos los gastos pero sobrefacturan lo que tienen que cobrar. Son individuos que deducen el ingreso mensual de sus vecinos y mienten hasta en sueños. Se preocupan por hacer méritos, adular al jefe y delatar a sus compañeros de trabajo si es que eso los beneficia de alguna manera. Son promiscuos pero censuran conductas, no se dan por aludidos  y se “escandalizan”. Fruncen la nariz frente al subalterno y chupan las medias del patrón. Lo que más les importa en el mundo es el “qué dirán”. Son terriblemente hipócritas y garroneros. Fomentan la discordia. Regatean cualquier precio y llevan colgada su sonrisa artificial por si acaso. Son pedantes, ególatras y autoritarios. Hombres y mujeres que siempre se arriman donde calienta el fuego y son los primeros en arrancar ramas del árbol caído. Viven haciendo cálculos estimativos, repartiendo promesas y lustrando zapatos. Son personas acomplejadas que agreden la autoestima del prójimo para sentirse menos miserables de lo que son. Tienen claro que vergüenza no es robar sino que los vean. Ostentan ser amigos de famosos siempre y cuando esos famosos no caigan en desgracia. Son trepadores perversos. Maestros en el arte de sembrar cizaña, chismorrean cualquier bolazo. Elogian escritores que nunca leyeron y obras teatrales que nunca vieron, chusmean barato  y difaman feo. Salpican estiércol de su propia cosecha. Nunca abren la ventanilla blindada del auto y cuando viajan en ómnibus, se hacen los dormidos para no tener que ceder el asiento a un anciano o alguna persona inválida. También se hacen los sorprendidos,  ofendidos o víctimas pero no detienen la marcha si atropellan a alguien, durante la noche, en una carretera lejana. Alcahuetean. Se embanderan en supuestas causas nobles pero, en realidad, pretenden sacar partido de sus roñosos intereses. Son seres tóxicos y jodidamente siniestros, envenenan el ambiente por el que circulan. Fingen desinterés, dicen estar  distraídos, ponen cara de “yo no fui”. Son envidiosos, desacreditan logros, serruchan el piso, ningunean. Esas personas destructivas  aprovechan cualquier ingenuidad que detectan. Clavan el puñal por la espalda y se muestran tan campantes. Se rasgan las vestiduras, especulan. Hacen todo por conveniencia. Eluden cualquier tipo de  responsabilidades y cuando hay un problema miran para el costado o se hacen los miopes. Tienen inconfesables pretensiones de ser protagonistas referentes y, ante cualquier eventualidad, reclaman reconocimiento por su “trayectoria”. Son pesimistas frente a cualquier cambio. Carecen de dignidad. Son necios, rencorosos y obsesivamente vengativos ya que no recuerdan la cita: “Infirmi est animi exiguique voluptas ultio” Son amargos y amargan la vida. Halagan  por compromiso y se quejan siempre. No construyen, critican lo que no entienden, se burlan. Acaparan por las dudas y se atajan por si acaso. Suponen una vida en blanco. No saben que no existen pero lo que menos pueden disimular es su ruindad. La gente, en resumen, los califica como “personas jodidas” o “amargos”. Si distingue alguien con estas sórdidas características, ni se moleste en repudiarlo. Simplemente, mírelo y siga su camino, como en la Divina Comedia. 

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