Se sabe que “meterse en la boca del
lobo” supone arriesgarse a participar de una situación complicada o introducirse
en un lugar oscuro y peligroso.
Todo parte de una fábula sobre
un lobo que tenía un hueso atragantado y le pidió ayuda a una cigüeña, la que
metió su cuello en la garganta del animal y le sacó dicho huesito. El tema es
que la cigüeña quería una recompensa por su participación y el viejo lobo le
dijo que bastante recompensa había sido salir viva luego de poner la cabeza
entre sus dientes. (Una respuesta que tiene su gracia, después de todo). Lo que
ocurre es que al lobo se le da mala
prensa: se come a Caperucita Roja (aunque hay otra versión más hot *), derriba las casas de los cerditos (menos una,
claro) y devora las ovejas del pastor mentiroso. De todas maneras, Rómulo y
Remo agradecieron los servicios prestados por lo que puede decirse que siempre
aparece algún atenuante que otro. (Obviamente, si uno solamente escucha la
versión de Caperucita y los chanchitos, el lobo sale mal parado).
Quizás valga la pena
-entonces- recurrir a otras imágenes como la propuesta por el genial Tex Avery por
1943, cuando plasmó al lobizón embelesado de “Red Hot Riding Hood” en uno de los mejores dibujos
animados de todos los tiempos. Aquí se
puede disfrutar otra mirada donde la
abuelita termina persiguiendo al lobo y la chica de rojo es una sensual
bailarina de cabaret. Muy recomendable para bajar de Youtube y disfrutar de una
experiencia surrealista. ¿Para qué nos vamos a asustar con los licántropos de
“Inframundo” si podemos reírnos con el dibujito? El caso es que también
películas de mediados del Siglo XX como “I was a teenage werewolf” pueden
generar humor involuntario, aunque “Plenilunio” del compatriota Ricardo Islas
gane por lejos con un peluche albino tamaño baño. Producción bizarra por donde
se mire.
O sea que la moneda tiene dos caras. Nos podemos
quedar con la visión popular de “viejo lobo” (que es mejor que la de “viejo verde”) o con la maldición de Benicio
del Toro en “The Wolf Man”. Eso sí: no hay que dar crédito al leñador de los
Hermanos Grimm, que saca a las víctimas de la panza del animalito para hacernos
reflexionar con su moralina decimonónica.
(* Leer “Psicoanálisis
de los Cuentos de Hadas” de Bruno Bettelheim; Editorial Grijalbo).
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