jueves, 20 de abril de 2023

 

SIN RUMBO FIJO

Han desaparecido algunos cuadros de las paredes de mi casa. En algunos casos, tampoco están los clavos. Desde que me despidieron del trabajo he comenzado a recorrer varios lugares. Recuerdo que, antes de dejar la empresa, miré de soslayo mi escritorio y noté que también faltaban cosas. Tenía que pensar y me dio por caminar despacio en medio de una mañana cálida. Dejé el auto en el garaje y salí a la calle. El cielo estaba nuboso, con pequeñísimas franjas celestes que permitían vislumbrar un cielo más acogedor. Para deslizar los minutos, repasaba la fachada de los edificios y otras construcciones del vecindario. En algunos casos, descubrí detalles por primera vez. Me di cuenta que nunca había observado minuciosamente ese mundo cercano que me rodeaba. Casi como un planeta nuevo.

Ahora, las ideas que me pasaban por la cabeza se me diluían sin mayor sentido. Recordar la forma en que me habían echado me llevaba a una sensación indefinida. No iba a buscar empleo entre las visitas a realizar. Ya había agotado muchas opciones recogiendo frases protocolares que decían tener mi currículum archivado y que me llamarían en caso de aparecer una vacante para mi perfil. La palabra “perfil” me desmotivaba. Me hacía sentir como una silueta. Como si fuera una sombra que busca el cuerpo adecuado a su contorno. Durante mi caminata no encontré a nadie disponible. Quizás resultara una hora inapropiada por lo que volví a casa y me senté en el living a mirar televisión. Apretaba el control remoto casi de manera mecánica y noté que me faltaban canales de cable. Me fui a dormir.

Al otro día el despertador no sonó. (Quizás hubiera sacado la alarma pero no recordaba el hecho). Me levanté y me vestí sin bañarme. Tampoco me afeité. No tenía ganas de desayunar y apenas tomé unos sorbos de café. Lo tomé amargo porque me había quedado sin azúcar. Llamé a mis amigos pero los teléfonos me daban permanentemente ocupado. El televisor no funcionaba. Volví a a salir. Ahora la calle estaba más iluminada y mucha gente caminaba apresurada, casi sin mirarme cuando me pasaban de costado. Fui al café de siempre y pedí una cerveza. El mozo tomó mi pedido y se marchó al instante. Demoró bastante en traerme la botella. Vi que estaba abierta (no la destapó en mi presencia) y me supo con poca presión. Pero no tuve fuerzas para protestar. El mozo se había a atender otras mesas, lejos de donde yo estaba sentado y no volví a verlo por un largo rato. Entonces decidí hacer tiempo. Ocupar la mesa bebiendo lentamente como si tuviera todo los relojes del mundo en mi bolsillo. Como si el tiempo existiera solamente para mí y los que me rodeaban estuvieran prisioneros de mi pereza. Pero no funcionaba tal cual. Notaba al mundo mucho más acelerado que antes. Los autos, los muchachos en monopatines eléctricos y las bicicletas con motor conformaban un zumbido permanente. Iban y venían. Tenían un destino o un momento de ocio pero sabían lo que hacían. O por lo menos eso era lo que me parecía viendo sus rostros decididos, y sonrientes. O serios y parcos pero enfilando firme hacia su meta, cualquiera que fuera el objetivo. Volví a mi casa. Estaba cansado. Me fijé si había llegado correo pero solo había facturas. Las dejé en la repisa y enfilé para la cocina. No encontré la cafetera. Abrí el refrigerador, destapé otra bebida y seguí tomando hasta que sentí pereza y me tiré en la cama.

Al despertar me dolía un poco el cuello porque había dormido sin almohadas, en mala posición. Me levanté a duras penas y sentí frío. Me pesaban los brazos. La casa estaba destemplada. Me daba una sensación de extrañeza, como si nunca hubiera habitado en ella. Estaba descalzo y no encontraba las medias ni los zapatos. La sensación rara tenía que ver con una especie de desplazamiento. Parecía que los objetos de mi casa se iban acomodando en lugares distintos. Incluso parecía que algunos se habían ido por voluntad propia. No estaba el sofá ni la mesa del living. Como si se hubiera dado una mudanza fantasma y silenciosa. Un traslado en el que yo no hubiera participado. Un cambio de realidad sin aviso. Entré en al garaje y vi que al auto le faltaban las ruedas. Empecé a sentir una especie de somnolencia. Quería tirarme en la cama y seguir acostado todo el día. Me dirigí al dormitorio atravesando un lugar casi desconocido y desierto. Entré en el cuarto. No había más sábanas ni colchón. Tampoco estaba el espejo. Me recosté en el piso, como si estuviera durmiendo en la calle, protegido por un cartón y envuelto en una frazada.