jueves, 23 de marzo de 2023

MASCARADA


 

MASCARADA

Caminaba por la calle. Me crucé con dos señoras que llevaban la careta del Pato Donald. Se quejaban de los precios en la feria. Un hombre que se dirigía a la parada de ómnibus tenía un antifaz del Llanero Solitario. No había canana ni balas de plata. Solamente llevaba la tarjeta para abonar el viaje. En la puerta de un comercio, la vendedora fumaba un cigarro y veía pasar la gente. Cubría su rostro con la máscara de Gatúbela. Ví a Iron Man en silla de ruedas y Frankenstein vendiendo lentes de contrabando en la esquina. Un muchacho disfrazado como el Michael Myers de Hallowen salía del liceo mirando su celular. Sin cuchillo ni libros. El genio de Aladino dormía frente a una casa en alquiler. Un perro custodiaba su mochila. Compré una revista en un kiosko atendido por Freddy Krueger. Mientras hojeaba la publicación, una docena de jóvenes trajeados desfilaron luciendo capuchas del Ku Klux Klan.

Seguí mi camino, atravesándome con dos cuidacoches. Uno era Papá Noel y el otro, que le pasaba una botella de plástico con un líquido de color rosado claro, lucía la estampa de Peter Pan. El desfile continuaba con el Pájaro Loco bajando de un taxi mientras otro peatón hacía señas para ocuparlo. El taxista no se detuvo. Decepcionado, el hombre de a pie, ataviado como Darth Vader, volvió a mirar el tránsito buscando otra locomoción. Una pareja, Blancanieves y el Hombre Araña, revisaban un contenedor y metían cosas en un carrito de supermercado. Pasaron dos motociclistas sin casco, con el cubre-cara de hockey de Jason Voorhes. Haciendo caso omiso de las luces de tránsito, apuraron su carrera y treparon por la vereda de enfrente. Quería llegar cuanto antes a destino pero me topé con Alf y Pedro Picapiedra que me pidieron plata para el vino. Saqué unas monedas y se las di. Apuré el paso, cruzándome con Hulk y Betty Boop. Discutían. Ella increpaba al verde irascible. Lo acusaba de infiel. Sentí vergüenza ajena y seguí de largo.

Llegué a mi casa y prendí el televisor. La pantalla me devolvió información triturada como basura en reciclaje. Pequeñas y grandes miserias que rebotaban desde la pantalla. Encendí un cigarrrillo y busqué bebida en la cocina. Recorrí el pasillo donde los espejos estaban cubiertos con sábanas y me senté en el sillón de siempre. Noté que aún haciendo zapping, la sintonía volvía a traicionarme de vez en cuando. Entonces, en determinado momento, descubrí al diablo sin máscara. Se escondía entra las pautas publicitarias y el noticiero. Pero lo reconocí. Estaba ahí, borracho, zigzagueando a ciento treinta kilómetros por hora en la carretera. Enfurecido, apagué el aparato.




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