jueves, 23 de marzo de 2023


 

INFIERNO VACÍO

Hell is empty/ And all the devils are here.”.“The tempest”; Acto I, Escena II (Shakespeare)

Los zombis no tienen gracia y los hombres lobos no pueden dominar su transformación. Aparece la luna llena y se llenan de pelos. Son monstruos inservibles. Los muertos vivos se pasan caminando como autistas hasta que les pegan un tiro en el cerebro. Da lo mismo porque no tienen ideas. Antes se creía que eran resucitados por un hechicero que los usaba de esclavos. En definitiva, siempre estuvieron muy desvalorizados en la escala de lo sobrenatural. A su vez, los licántropos no le hacen honor a la legítima manada. Los lobos verdaderos son maestros de la naturaleza y depredadores natos que matan solamente para alimentarse. Trabajan en equipo. No son crueles pero a su presa la comen viva. Los estudiosos llaman a esto la muerte por desgaste porque comienzan arrancando las extremidades a dentelladas, hasta que llegan a las vísceras y se hacen el festín.

En cambio los vampiros son seres refinados. El mundo los registra superficialmente por las películas y las novelas. Son un fenómeno que sobrevive a la moda de los siglos y siguen tan campantes. Me simpatizan estos reyes de la noche. Aclaro que no duermo en un ataúd ni me asustan los crucifijos. Tampoco me pulveriza la luz solar. Sucede que me identifico con estos elegantes seres de colmillos afilados. Son inmortales e impunes. Se mueven en la sombras y seducen con la mirada. (¿Qué más se puede pedir?). Me hice tatuar varias leyendas como anuncio emblemático de mis valores. Pedí que ubicaran una de ellas en el bajo vientre y dice “in nomine dei nostri satanas luciferi excelsi”. Las mujeres a veces se asustan cuando leen el nombre de Satanás cerca de mi verga pero a muchas les resulta excitante, como si se hicieran la idea de un ritual erótico. No saben que el ángel de la luz me guía. Algunas se quejan un poco cuando, en medio del orgasmo, les muerdo suavemente el cuello. Me gusta pensar que gozan con la mordida y dejarles una leve marca.

No me siento solo, creo que hay muchos como yo. Hombres y mujeres que desean acceder al Memento Umbrarum para deslizarse por la inmortalidad. Yo sigo los pasos de Lautréamont y no me importa sucumbir en medio de la tormenta. Me río de los imbéciles que lo calificaron como un genio enfermo. He aprendido que las verdaderas emociones son generadas por la maldad, adrenalina pura. Soy un blasfemo que sobrevive en la escritura, intentando llenar las páginas de un texto diabólico. Un discurso que abra las puertas del infierno cada vez que den vuelta una hoja del libro. Lautréamont murió joven pero logró escribir un texto satánico y lleno de aullidos, como decía el nicaragüense azulado. Mientras tanto, mi cuerpo también se ilustra con signos e imágenes que recuerdan la realidad del mundo. Es cuestión de saber observar y chequear las neo-esvásticas agazapadas rumiando sus perversiones como un degenerado paseando por la morgue. No soy el hombre ilustrado de Bradbury; mis tatuajes rememoran los bombardeos de Bagdad y su tinta es como la sangre de los estudiantes chinos muertos en la Plaza Tien An Men. Fotografías tenebrosas donde se venden órganos de niños secuestrados en la periferia de San Pablo, torres que explotan al ser atravesadas por aviones secuestrados y decapitaciones subidas a youtube. Aparte de otros sacrilegios, tengo tatuado un macho cabrío en la espalda. (Al principio era como un sátiro pero los vascos lo clasificaron mejor en medio del aquelarre). Nuestra propia existencia es un fiesta negra a la manera que la definía Gómez de la Serna cuando hablaba de traspasar los límites de la denominada cordura. Los textos de mi maestro dejaron de aterrarme, los cantos de la crueldad pasaron a ser una norma existencial. La verdadera esencia de la historia del mundo. El minúsculo universo de Satanás o Azrael, ángel tenebroso de musulmanes, persas y judíos. (Esta parte del planeta no tiene idea lo que sabían las civilizaciones milenarias sobre el verdadero demonio que circula por la sangre de las calles). Pero las lenguas vivas de la escritura me han enseñado el camino para transitar este circuito atroz. La verdad que asusta está prisionera entre las líneas que conducen a confesiones perversas como las que mencionaba el mexicano Lizalde cuando decía que “el odio es la sola prueba indudable / de existencia”. Yo también puedo exorcizar las tinieblas en un papel. Sé que estas oraciones malditas no se pudren. Quedan grabadas a fuego en la memoria. Retornan a la mente en medio de celebraciones y borracheras.

De todos modos, mi sobrevida también se escribe en el día a día. He caminado por las veredas del infierno. A cada rato veo a hombres y mujeres que le besan el culo al diablo y se desangran haciendo lobby. He recopilado abundante material para transcribir, desde las venas, estos papeles bestiales. Pero, como decía, también escribo la vida y salgo a la noche con collares puntiagudos que atraen o desvían las miradas. Alguna vez he aterrizado en una fiesta algo desprolija para beber cerveza y observar otros rostros que intentan parecerse a mi identidad. Algunos me reconocen y dudan en saludarme. No se trata de temor sino de recelo o, quizás, simple envidia. En realidad, no pierdo demasiado tiempo con estos aspirantes a iguales. Los que hemos escapado de las tinieblas nos reconocemos enseguida. Prefiero ver una temporada entera de “Penny Dreadful” o “American Horror Story” en medio de la madrugada. Me alucinan esas mentes que instalan imágenes demenciales como las locuras de Sion Sono. No me importa, en este caso, que quieran transmitir algo. El horror me alimenta. No es nada nuevo. De la misma manera que la gente mira videos de matanzas en youtube yo triplico la jugada. La mierda existencial le da vida a los voyeuristas. Yo soy otra cosa. Como el pasajero oscuro de Dexter, en el marco de una escritura que me desahoga.

Ahora se acerca la noche. Dejo de escribir y bebo mi ración de vodka. Mañana me camuflaré entre la gente con un traje hecho a medida que oculta todos mis tatuajes. Tengo un hobby que me da bastante dinero como director de una agencia publicitaria. Todas las mañanas me pego un toque y zarpo para llegar en hora a la reunión con los creativos.

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