sábado, 8 de abril de 2017

Soñar



SOÑAR

Por arte de magia, el mundo se congela como una imagen detenida en stop. Las personas quedan estáticas en el momento del milagro. Con sus muecas, sonrisas y llantos. Todo se detiene menos yo. Entonces recorro la calle despaciosamente y entro en los shoppings, los supermercados y los negocios donde venden electrodomésticos. Lo que toco, funciona. Escucho un cd, como una manzana y me pruebo una camisa. Luego salgo y me detengo en inspeccionar algún rostro, un gesto aislado, cierta actitud curiosa. Lo hago sin prisa aunque el tiempo sigue corriendo para mí. Veo a una pareja en el instante decisivo de la separación; un anciano desconfiando al dar el primer paso para cruzar la calle y un par de niños amagando el pelotazo en la canchita de fútbol. Para divertirme, a veces hago apariciones fantasmales. Me planto frente a una persona en medio del bosque. Me integro a la realidad que se mueve y me voy instantáneamente. Me esfumo. La gente no entiende, entra en pánico y sale corriendo a todo vapor. Cuando juego con esto, reaparezco y me oculto lejos para observar la estampida en panorámica. La gente se altera pero el planeta no cambia ni se conmociona. Es un ámbito sereno. No hace frío ni calor. Tampoco sopla el viento. Es la calma chicha del limbo. Me paso caminando de un lado a otro pero evito mirar el mar. Me asusta verlo quieto. Muchas veces, cuando he agotado mis opciones, me devuelvo otra vez a la realidad en vivo. Las personas continúan su proceso a partir del exacto punto en que estaban suspendidas. Es como apretar play. Todo sigue como si nada. Yo también continúo sin contarle mi secreto a nadie. Es imposible que me crean a pesar que jamás podrían encerrarme en un manicomio. Pero estos pensamientos no me interesan. Todavía tengo mucho por hacer. Estoy preparando un viaje en permanente stand-by. Sin treguas ni retornos. Un mundo sin gritos, sin violencia. Una expedición a ese lugar poblado de soledades sin discurso en donde todo está tranquilo. Un periplo al que le puedo agregar la banda sonora que desee y seguir marchando. Nadie me encontrará nunca. Habré desaparecido en esa fisura del microsegundo apretado entre antes y después. Solo que no habrá después de este lado. Continuaré en la brecha de esa dimensión personal. El microuniverso perfecto. Una existencia placentera sin urgencias ni presiones. Un espacio ideal para descansar. Un planeta detenido en la instantaneidad que no le puede hacer mal a nadie. El mejor de los mundos posibles.
 
("La revancha y otros cuentos". Gustavo Iribarne. Editorial "Yaugurú")

 

 

 

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