BAJÓN
NOCTURNO
La
playa está desierta y recoge los últimos ecos de la distancia. A lo lejos, la
espuma languidece como un sauce mientras las olas reparten furiosamente un
dolor extraño entre bramidos. Miro alrededor. Todo sigue casi igual pero la
soledad del paraje me produce una sensación de desasosiego. Me oprime el pecho.
El mundo se ha ido, un desastre lo ha hecho desaparecer y solo queda este
vestigio de orilla, la marea torpe que nos ha tocado vivir y una enorme luna de
plata. Está oscureciendo. Regreso al asfalto despaciosamente, sin mirar atrás.
El planeta se transforma. La noche despierta con sus miles de sonidos y cae pesadamente
sobre los hombres. Las luces de neón hacen guiñadas cómplices a los transeúntes
mientras un viento temible y helado enfrenta las ventanas. El suburbio se
inflama con las luciérnagas de la publicidad. Las prostitutas chistan a los
marineros coreanos que pasan mirando de reojo. En la metamorfosis nocturna, la
ciudad se eriza de misterios. Calles como venas que recogen los colores del
mercurio, surcos que enredan una ciudad abrazada de playas. Aromas mezclados de
salitre y humo. Las estrellas alumbran el trago compartido de los amantes
mientras algunos borrachos comprenden el infierno. (Ese dolor que desmenuza sus
furias les advierte que el verdadero tormento puede ser esta acrobacia inútil
de la vida; una suerte de pena tartamuda y sin anestesia). En los rincones de
la noche se escucha un tango gris sintonizado en la piel como una bebida
fuerte. De pronto, la mordedura de un relámpago envenenado golpea profundo y
nuestra sangre repasa la tristeza de lo efímero. Se apagaron las mejores luces
y estamos solos en medio de la tormenta. Ahora, esa soledad se percibe como un
animal que muestra los dientes. Parece que uno quedara acorralado. Apenas
quedan algunos amuletos descorazonados que postergaron su magia escandalosa en
la lluvia. Como si todas las fantasías se dieran de cabeza contra el callejón,
se borronea la vida. ¿Qué ha quedado? ¿Un lejano cine de barrio? ¿Aquella
muchacha de quince años y un delicado camafeo? ¿La borrachera compartida en
Salamanca? ¿El castillo de arena de Tally? ¿Las manitas de mis hijos detrás del
escenario de títeres? ¿Seré como el replicante de Blade Runner que, al morir,
sabe que todos sus recuerdos se perderán como lágrimas en la lluvia? Solo queda
hacer de tripas corazón y seguir camino.
("La revancha y otros cuentos". Gustavo Iribarne; Editorial "Yaugurú")
No hay comentarios:
Publicar un comentario