sábado, 4 de marzo de 2017


VIDA FLASH

No puedo explicar detalladamente mi compulsiva pasión. A modo de síntesis puedo decir que tengo una pequeña cámara fotográfica rusa, la Lomo Kompakt Automatic (más conocida como Lomo L – CA, el modelo que yo uso) con la que registro todo lo que está a mi alcance. De eso se trata, ni más ni menos. Una vez leí una nota periodística que hablaba de las “reglas de oro” que debían observar los poseedores de esta máquina compacta y uno de los puntos decía que la lomografía no interrumpía tu vida, sino que la “ponía en escena”. Y es tal cual. Muchas veces disparo sin pensar porque sé que nada se detiene. Pero yo congelo esa chispa de realidad para procesarla en el revelado y después puedo quedarme horas viendo la foto y pensando sobre todo lo que se me había pasado por alto. Hace mucho tiempo pude captar esa simple belleza del momento irrepetible en la Bellerive Strasse de Zürich cuando vi una mujer junto a los cisnes. Yo no sé si alguien comprendía la delicada emoción de esos segundos donde la realidad del mundo se confundía con la fantasía del instante. Yo saqué varias fotos y comprobé, aunque nadie entienda, que por alguna razón, lo cotidiano del mundo se había borrado y aparecía la sonrisa de esa joven entre la delicada magia del cisne y los reflejos dorados del sol de Julio. También me pasó en la Granja San Ildenfonso cuando percibí que los antiguos dioses olímpicos eran como prisioneros indiferentes en la piedra de su escultura. Dejé la mochila a un costado y gasté todos los rollos que tenía. Había una cascada infinita que arremetía una y otra vez su telón resbaladizo de agua cristalina y en el susurro yo escuchaba ecos lejanos de sueños entre amantes y monarcas. No quise desasirme del encanto y lo capturé en mi máquina; sentía como que era una manera de quedarme ahí para siempre respirando esa extraña primavera entre ambiciones locas de eternidad y panteísmo. Me daba cuenta que no era dueño de mi vida y que la única manera de testimoniar mi presencia por estos mundos era fotografiarlos aunque yo no apareciese casi nunca en las instantáneas.

En algunos casos la foto es como una radiografía, hay ciudades que impresionan como un hormiguero enfermizo y alucinado. En otras oportunidades llego a captar los fantasmas dulzones que pueblan las avenidas sin que nadie los advierta. Mis fotografías recogen lo que yo veo, es mi legado personal al patrimonio histórico de la cultura doméstica. Yo sé que existen unas cápsulas del tiempo enterradas en lugares clave, una de ellas está en el Corona Park de Nueva York y debe ser abierta dentro de cuatro mil años. (Hay otra en Osaka y en la Universidad de Atlanta hay una habitación subterránea, herméticamente sellada, que han denominado Cripta de la Civilización). Adentro de estos recintos hay de todo, desde latas de cerveza hasta biblias, reproducciones de Picasso, discos de los Beatles y mensajes de distintas personalidades para la humanidad del futuro. Yo también quiero dejar mis fotos en una cápsula parecida. Me resulta imprescindible depositar toda esta magia inefable para salvaguardarla del paso del tiempo. He logrado plasmar los secretos de la noche mientras piensa en sus estrellas y cae pesadamente sobre los hombres. He capturado fogatas clandestinas y las alas muertas de Ícaro en medio de los laberintos callejeros. Pude retratar un remolino de luciérnagas y algunos ocasos que transformaban el horizonte en un océano escarlata. He fotografiado días lluviosos y tardes perezosas. Mis registros atesoran piedras sobre piedras, manos tendidas y ropa colgada al sol. Hay venas de salitre secándose en la orilla del mar, lunas erizadas y niños que sonríen. He recorrido los caminos como un peregrino; en cada parada he logrado quedarme con algo. He tomado fotos de sirenas imaginarias entre las ranuras de la noche y hasta pude sacarle una instantánea al demonio mientras rezaba. Hay fotos de naipes marcados, garras que aprisionan a su presa y en una aparece la vida, colgada de una percha, casi sin arrugas. He revelado el fuego de las antorchas que dejaron su rastro de perfume salvaje en la noche. He fotografiado sábanas inflamadas por el deseo. En mis fotos aparecen pájaros mansos y viento en la camiseta. Las dejo para tus ojos.

 

 

 

 

 

 

 

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