VIDA
FLASH
No puedo explicar
detalladamente mi compulsiva pasión. A modo de síntesis puedo decir que tengo
una pequeña cámara fotográfica rusa, la Lomo Kompakt Automatic (más conocida
como Lomo L – CA, el modelo que yo uso) con la que registro todo lo que está a
mi alcance. De eso se trata, ni más ni menos. Una vez leí una nota periodística
que hablaba de las “reglas de oro” que debían observar los poseedores de esta
máquina compacta y uno de los puntos decía que la lomografía no interrumpía tu
vida, sino que la “ponía en escena”. Y es tal cual. Muchas veces disparo sin
pensar porque sé que nada se detiene. Pero yo congelo esa chispa de realidad
para procesarla en el revelado y después puedo quedarme horas viendo la foto y
pensando sobre todo lo que se me había pasado por alto. Hace mucho tiempo pude
captar esa simple belleza del momento irrepetible en la Bellerive Strasse de
Zürich cuando vi una mujer junto a los cisnes. Yo no sé si alguien comprendía
la delicada emoción de esos segundos donde la realidad del mundo se confundía
con la fantasía del instante. Yo saqué varias fotos y comprobé, aunque nadie
entienda, que por alguna razón, lo cotidiano del mundo se había borrado y
aparecía la sonrisa de esa joven entre la delicada magia del cisne y los
reflejos dorados del sol de Julio. También me pasó en la Granja San Ildenfonso
cuando percibí que los antiguos dioses olímpicos eran como prisioneros
indiferentes en la piedra de su escultura. Dejé la mochila a un costado y gasté
todos los rollos que tenía. Había una cascada infinita que arremetía una y otra
vez su telón resbaladizo de agua cristalina y en el susurro yo escuchaba ecos
lejanos de sueños entre amantes y monarcas. No quise desasirme del encanto y lo
capturé en mi máquina; sentía como que era una manera de quedarme ahí para
siempre respirando esa extraña primavera entre ambiciones locas de eternidad y
panteísmo. Me daba cuenta que no era dueño de mi vida y que la única manera de
testimoniar mi presencia por estos mundos era fotografiarlos aunque yo no apareciese
casi nunca en las instantáneas.
En algunos casos la
foto es como una radiografía, hay ciudades que impresionan como un hormiguero
enfermizo y alucinado. En otras oportunidades llego a captar los fantasmas
dulzones que pueblan las avenidas sin que nadie los advierta. Mis fotografías
recogen lo que yo veo, es mi legado personal al patrimonio histórico de la
cultura doméstica. Yo sé que existen unas cápsulas del tiempo enterradas en
lugares clave, una de ellas está en el Corona Park de Nueva York y debe ser
abierta dentro de cuatro mil años. (Hay otra en Osaka y en la Universidad de
Atlanta hay una habitación subterránea, herméticamente sellada, que han
denominado Cripta de la Civilización). Adentro de estos recintos hay de todo,
desde latas de cerveza hasta biblias, reproducciones de Picasso, discos de los
Beatles y mensajes de distintas personalidades para la humanidad del futuro. Yo
también quiero dejar mis fotos en una cápsula parecida. Me resulta
imprescindible depositar toda esta magia inefable para salvaguardarla del paso
del tiempo. He logrado plasmar los secretos de la noche mientras piensa en sus
estrellas y cae pesadamente sobre los hombres. He capturado fogatas
clandestinas y las alas muertas de Ícaro en medio de los laberintos callejeros.
Pude retratar un remolino de luciérnagas y algunos ocasos que transformaban el
horizonte en un océano escarlata. He fotografiado días lluviosos y tardes
perezosas. Mis registros atesoran piedras sobre piedras, manos tendidas y ropa
colgada al sol. Hay venas de salitre secándose en la orilla del mar, lunas
erizadas y niños que sonríen. He recorrido los caminos como un peregrino; en
cada parada he logrado quedarme con algo. He tomado fotos de sirenas
imaginarias entre las ranuras de la noche y hasta pude sacarle una instantánea
al demonio mientras rezaba. Hay fotos de naipes marcados, garras que aprisionan
a su presa y en una aparece la vida, colgada de una percha, casi sin arrugas.
He revelado el fuego de las antorchas que dejaron su rastro de perfume salvaje en
la noche. He fotografiado sábanas inflamadas por el deseo. En mis fotos
aparecen pájaros mansos y viento en la camiseta. Las dejo para tus ojos.
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